Te diste cuenta, al fin,
que no puedo salvar tu corazón,
que no puedo rescatarte del amor?
Que tu cuerpo, tus manos, tu sexo
son el pago de una cuota vencida hace siglos
cuando aun no existíamos
ni existía tu vida, ni yo en ella.
(Es la prueba inefable
de que todo oscurece
después de las heridas)
Has dejado caer mi pluma
justo en las puertas de tu casa,
casa con puertas de papel
y ventanas abiertas de par en par,
lugares siniestros
que me llevan directo al callejón
más oscuro de tu alma,
en donde tantas veces transité sin miedo,
mientras suplicabas por alas prestadas
para emprender vuelo
quien sabe dónde.
Déjame volver a casa,
meter la llave en la cerradura
para encontrar nuevamente nada
y pulular como una mosca
entre el balcón y la cama,
entre tu olor en mi cuerpo
y la repentina soledad;
para que todo lo vivido
se convierta en parte del paisaje
y permanezca infinitamente
en las palabras que no dijimos
y que ya nunca más serán.